EL SALVADOR
UNA PEQUEÑA EXUBERANCIA NATURAL
El país más pequeño de Centroamérica, conocido como el país de los 40 minutos por poder desplazarte de una punta a otra en tiempos verdaderamente reducidos, no tiene nada que envidiar a sus hermanos vecinos que gozan de costas bañadas por el Mar Caribe. Esta tierra, cincelada con bellos escenarios naturales, también es conocida como “el valle de las hamacas” tras presenciar cada año más de 1.000 movimientos sísmicos debido a su lado más ardiente: 14 volcanes que van desde el Cerro Grande hasta la caldera de Coatepeque y que conforman el Parque Nacional de los Volcanes.
En El Salvador se encuentran los lugares de Joya de Cerén, San Andrés, Tazumal y Cihuatán; en total hay más de 650 sitios, aunque visitables alrededor de unos 20. Joya de Cerén es conocida como “la Pompeya de América” debido al buen estado de conservación que posee gracias a que las cenizas de los volcanes en erupción recubrieron todo, permaneciendo algunos restos casi intactos.
Una de las construcciones halladas más curiosas es el temazcal, un tipo de sauna de la época donde se utilizaban hierbas, carbón y agua para purificar el alma. Tazumal “un lugar donde descansan las almas”, era sin embargo un lugar sólo para eventos ceremoniales donde se realizaban sacrificios para el sol, la lluvia, el maíz y la guerra. Aquí, en las faldas del templo maya más grande del país (25m), se celebraba un juego con una pelota de caucho en el que se disputaba una batalla entre el inframundo y el cielo; el equipo ganador era sacrificado (esta actividad era considerada honorable incluso para todos los perdedores de una guerra). A los elegidos se les hacía respirar un preparado de hongos para sedarlos, se les extraía el corazón con una cuchilla de obsidiana para honrar a las deidades y se producía la decapitación para que su alma se transporte; el profundo corte se realizaba con una especie de hacha de piedra volcánica tallada con formas de animales y pintada de rojo (color extraído del insecto cochinilla). Más tarde bajaban la cabeza por las escaleras mostrándole al público y luego se las incineraba.
Muy próximo, a 80 km, se encuentra Suchitoto, un pueblo fundado en 1.528 y que ha llegado a considerarse como el primer asentamiento del país, así como su pueblo colonial mejor conservado. La tranquilidad que se respira en sus calles es un aliciente si desde primera hora de la mañana decides realizar un paseo en lancha a través del lago artificial
Suchitlán, un oasis verde debido al reflejo de las arboladas de conacastes, más conocidos como “los árboles que oyen” por las vainas que producen (con forma de oreja).
Los que disfruten con la ornitología encontrarán un lago que cuenta con dos denominaciones, Sitio Ramsar («protección de humedales») y Área Importante «para la conservación de Aves»; la concentración de estas es espectacular coexistiendo ejemplares como el cormorán, la garza, el pelícano, la golondrina de manglar, entre otros. Al llegar la noche, entre música y gentío, se puede degustar el plato típico por excelencia, la pupusa, un tipo de torta blanda de maíz con relleno de frijoles, similar a la arepa, considerada como un alimento sagrado.
Como última visita para laxar la despedida, muy próxima a la capital San Salvador, se encuentra la playa El Tunco, en Tamanique, uno de los lugares más visitados del país por miles de turistas y surfers que llegan de todas partes del mundo. Aquí puedes disfrutar de puestas de sol inigualables mientras disfrutas de una fresca horchata (bebida realizada a base de fruta de morro, almendra o cacahuate, con canela y arroz molido), picotear entre puestos de comida, disfrutar de las vistas desde los restaurantes en la playa, dar paseos a caballo o descubrir la noche salvadoreña en un ambiente multicultural•