JAMAICA
Llegar a Xamaica, como se conocía por los indios ‘arawacs o arahuacos’, y sentir 75 pulsaciones por minuto: reggae; fantasear; fantasear con la imagen de Errol Flynn en un barco pirata arribando a Port Royal. Puede parecer un tópico, pero es inevitable nombrarlo. El rey del reggae, líder de masas y de los valores unitarios, el mayor comercial que haya podido tener la ínsula caribeña: Bob Marley. Ya nos lo indicaba, acompañado de The Wailers , en 1978 con la canción Smile Jamaica, donde se nos invita a “sonreír” y “juntarse alegremente” en la isla, donde reside un “pueblo con alma, gente con raíces”.
Y es que la expresión “ven y sonríe en Jamaica” de esta melodía tiene que ver con el lado africano de todos los jamaiquinos. Un símil a una forma y ritmo de vida únicos, con una vibración continua, una aristotélica quintaesencia llena de energía, perteneciente más -por ejemplo- a la Costa de la sonrisa de Gambia y Senegal, y que no te deja mudar la mente hasta América, sino hasta la propia Jamaica.
Una conexión directa con las raíces de este pueblo y con Etiopía, el país que dio luz a Haile Selassie I, el libertador de los pueblos africanos tan presente en la cultura rastafariana. La isla se ve perfilada por una formación montañosa que la recorre de este a oeste. Hacia oriente nos encontramos con las ya conocidas Blue Mountains, con el pico Monte Azul de 2.256 metros como cumbre máxima, donde se cultiva el preciado café homónimo de las montañas.
Un recorrido que por los tramos meridionales resulta algo árido, pero que empieza a contagiarse por la humedad y la abundante vegetación de la zona septentrional: exóticas plantas, árboles autóctonos como el cedro, la majagua, caoba, ébano o los diferentes tipos de palmera, y más de doscientas especies de flores que embellecen el paisaje.
EL ORO JAMAICANO SE SURCA Y SE BEBE «Jamaica Rum, Bob Marley». Si decimos que el estado del oro de la ínsula es el líquido muchos no se lo creerían. Tanto sus ríos y mares como su tesoro más preciado, el ron, referencia para muchos otros países, fabricado, embotellado y exportado a todos los continentes. Sus aguas son el alimento de las plantaciones de caña de azúcar tan naturales del Caribe, que posteriormente se fermentan y pueden o no estar sometidas a procesos de añejamiento. Es el caso de una de las pocas y más antiguas fábricas de ron que siguen abiertas, la Hampden Sugar State, construida durante la 1ª Guerra Mundial para enviar azúcar y ron –puros- hacia Europa. Es característica por conservar algunas de las barricas originales donde aún se sigue dando cuerpo al ron, por ser un lugar donde el aroma de sus rones te embriaga nada más cruzar las salas de históricas máquinas de fermentación -traídas desde Inglaterra-, y donde puedes realizar una cata de algunos de los caldos más vírgenes e inmaculados que la caña de azúcar ofrece. Es decir, un museo viviente que te da la bienvenida con el primer deleite de sobremesa, el rumpunch (‘ponche de ron’). Aconsejable un inicio y un final para la búsqueda del oro jamaiquino: comenzar el primer día surcando el río Martha Brae en Montego Bay sobre una de las tantas canoas de bambú que aquí abundan, cruzando una selva profunda donde tan sólo escuchas el sonido que producen los animales y el crujir de las ramas de bambúes; y terminar bañándote el último día, por la noche, en las Glistening Waters de la Laguna Luminosa que hay en el Trelawny (muy próximo a Montego Bay), donde los microorganismos dinofl agelados se combinan con el movimiento y se iluminan en aguas poco profundas.